Europa no se reconoce enemigos pero tiene en el Estado Islámico a uno que le ha declarado una guerra total.
Después de París y Copenhague, Bruselas ha sido blanco del terror del Estado Islámico (EI). Su modo operativo demuestra el cambio de naturaleza e intensidad del terrorismo. La simultaneidad de ataques militares en lugares públicos muy frecuentados y poco protegidos evidencia un alto grado de planificación estratégica y de coordinación operativa. El momento escogido, cuando las autoridades gubernamentales y policiales se felicitaban por la captura de Salah Abdeslam, prueba la capacidad de reacción del EI y subraya nuestra vulnerabilidad.
La demostración de fuerza del EI se inscribe en el marco de su despliegue hacia los escenarios exteriores del norte de África y Europa, que coincide con su retroceso en Irak y en Siria. Con cuatro prioridades. Comprometer la tímida reactivación económica mediante el restablecimiento de barreras a los intercambios (la suspensión de Schengen costaría un punto de crecimiento) y la instauración de un clima de miedo e incertidumbre. Reforzar su influencia sobre una parte de la juventud y ampliar el reclutamiento de yihadistas. Aterrorizar a la población e instaurar un clima de guerra civil y religiosa. Impulsar, a partir de la descomposición del espacio Schengen, una dinámica de desintegración de la UE.
El balance es trágico. Europa no se reconoce enemigos, pero tiene en el EI a uno que le ha declarado una guerra total y persigue la destrucción de sus valores y su civilización. Por otra parte, Europa sufre el chantaje de los nuevos autócratas ruso y turco, y la garantía para su seguridad que representaba Estados Unidos es cada vez más relativa y aleatoria.
Este nuevo escenario exige una reorientación estratégica. Desde hace 60 años, Europa se ha construido a través del derecho y el comercio, y contra la guerra, haciendo de la seguridad una variable de ajuste. Hoy hay que dar prioridad a la elaboración de una estrategia de seguridad europea. Es cierto que los Estados son los únicos competentes en este campo, pero los atentados de París y Bruselas prueban que la amenaza ignora las fronteras. Las interacciones y los efectos de encadenamiento son tan poderosos en el terreno del terrorismo como en el de las finanzas. La solidez del conjunto vale tanto como su eslabón más débil: Grecia, en lo que se refiere a la deuda pública; Bélgica, en lo tocante a la seguridad, por su papel de santuario islamista y la debilidad de su Estado.
La eficacia de las políticas de seguridad nacional está hoy condicionada por la instauración de una política europea. ¿Qué queremos hacer? Proteger a la población, las infraestructuras esenciales, el territorio y la fronteras exteriores de la UE, al tiempo que estabilizamos su periferia. ¿Con qué método? Evitando todo debate institucional o teológico para privilegiar la eficacia operativa. ¿Qué debemos hacer? Crear en cada país un Estado Mayor a cargo de la lucha antiislamista que coordine los servicios de inteligencia, policía, justicia y ejército. Recuperar el control de las fronteras exteriores reforzando las fuerzas nacionales con un cuerpo de guardacostas y de guardafronteras (Frontex tiene una dotación de 145 millones de euros, frente a los 32.000 millones de dólares del Homeland Department estadounidense). Asegurar el espacio Schengen activando los intercambios de datos, ahora limitados a los que transitan por Estados Unidos. Poner fin a la acogida anárquica de refugiados, infiltrados de yihadistas, creando un comisariado europeo, unificando el derecho de asilo, expulsando a los candidatos no registrados. Poner en marcha una política de codesarrollo en el norte de África, especialmente con Túnez. Rearmarse con arreglo a la norma OTAN, que prevé destinar un mínimo del 2% del PIB a defensa. Lanzar un empréstito para financiar la restauración de la seguridad del continente.
Las tragedias de París, Copenhague y Bruselas no pueden quedar sin respuesta. Debemos recuperar el valor para defender nuestras democracias generando seguridad para sus ciudadanos y no solo normas.
En 1935, en Viena, ante el ascenso de los totalitarismos soviético y nazi, Edmund Husserl concluía: “La crisis existencial europea solo tiene dos salidas: o la decadencia de Europa, ajena a su propio sentido vital y racional, la caída en la hostilidad al espíritu y en la barbarie; o el renacimiento de Europa gracias a un heroísmo de la razón. El mayor peligro para Europa es la lasitud”. No cedamos a la barbarie. Conjuremos la lasitud y el miedo. Reivindiquemos el heroísmo de la razón para combatir el islamismo radical, sin odio, pero sin descanso, hasta su erradicación.
Nicolas Baverez es historiador.
Traducción de José Luis Sánchez.